lunes, 3 de septiembre de 2007

Historia del anime

Eso de dibujar parece que siempre le ha gustado al ser humano. En los albores de la prehistoria, los hombres ya pintaban las paredes de sus cuevas con ideogramas (puntos, líneas, cenefas) y sencillas representaciones de hombres y animales, todo esto con finalidades prácticas: obtener una buena caza o recolectar alimento suficiente. En eso no hemos cambiado demasiado, pues para deshacernos de nuestros miedos y fantasmas escribimos sobre ellos, dibujamos, creamos “arte”.


Es por eso que podríamos decir que los dibujos son un medio de comunicación casi innato a nuestra especie, en ellos plasmamos la realidad existente frente a nosotros y nos ubicamos en ella (de distintos modos). Cada época y cultura tiene un “genio” distinto, y sus obras pictóricas nos ayudan a intuir la profunda religiosidad del mundo egipcio o la fastuosidad del barroco europeo. ¿Acaso no es el Gernika de Picasso un crudo testimonio de la guerra civil española, o El Grito de Munch el desamparo en estado puro? Un buen día, a alguien se le ocurrió transformar ese arte estático que era el dibujo en algo vivo, animado. En el 1877, Reynaud inventó el praxinoscopio, el primer “padre” real de los dibujos animados. El invento reflejaba varias imágenes sucesivas sobre una pantalla, gracias a un juego de espejos que había en su interior (y que alrededor tenía tiras de papel con dibujos). Muy largo ha sido el camino de la animación, desde luego. Con Reynaud se dio el pistoletazo de salida, cuyo testimonio recogieron y perfeccionaron los americanos… de los japoneses, por aquel entonces, ni rastro.


Los primeros indicios de una industria de animación japonesa medianamente sólida los encontramos ya entrado el siglo XX. Muchos precursores intentaron introducir los dibujos animados en Japón, pero por falta de recursos ninguno de ellos obtuvo la repercusión necesaria para crear trabajos importantes. Es con la fundación de una compañía (con recursos y dinero, claro está) como Toei (1958) que los dibujos animados empiezan a convertirse en un negocio rentable y un arte de calidad. Con todos los recursos técnicos modernos a su alcance, y con el sueño de convertirse en el Disney de Oriente, Toei abrió un camino que llega hasta nuestros días.
¿Y Tezuka qué pinta en todo esto? El apelativo de Dios que solemos utilizar para referirnos a él se debe (principalmente) a que pulió el anime japonés y lo dotó de una personalidad propia. Estableció el patrón a seguir por las generaciones venideras. Influenciado por Disney, dotó s sus personajes (el ejemplo más claro es Astroboy) de ojos grandes y muy expresivos. La influencia de la vanguardista animación americana en el anime nipón es incuestionable, y Tezuka escogió ese modelo de dibujar por estar dotado de una expresividad increíble: en los enormes ojos de Astroboy caben todas las emociones humanas que uno pueda imaginar. Gracias a Tezuka, el anime japonés ya disponía de un método perfecto para contar sus historias, y es aquí precisamente (en la trama) dónde los japoneses fueron despuntando y tomando derroteros muy distintos de los Disney & Cía. El secreto de su éxito: un humanismo nunca antes visto en ningún dibujo animado, un maravilloso retrato de las preocupaciones que acechan al ser humano.

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